Noticias de ayer
La verdad acaba por abrirse paso, pero cuando lo hace ya no importa a nadie. La verdad nunca está de moda. La verdad suele quedar en el olvido. La verdad son noticias de ayer.
Hay que reconocer que los anglosajones son verdaderamente prolíficos en lo que a expresiones con enjundia concierne. Suelo admirar de su cultura su capacidad de concentrar mucha información en pocas palabras. La virtud de la síntesis, una virtud de la que carezco, se refleja de manera elocuente en la expresión que hoy inspira mi artículo; Yesterday´s News (noticias de ayer). La expresión hace referencia al hecho de que las noticias reales, conocidas de manera extemporánea, pierden la fuerza del momentum, y por muy escandalosas que resulten, acaban por tener impacto limitado en la opinión pública en el mejor de los casos, o nulo impacto en el peor. En los últimos tiempos hemos podido asistir a un abuso sistemático de la lógica que encierra esa alocución, y los medios de propaganda del régimen global salido de Davos (esa democracia que nos hemos dado) han encontrado su razón de ser, el sentido último de su existencia, su zona gris de intoxicación de masas, en el vacío que existe entre la importancia absoluta de un hecho y el aprecio relativo que la opinión pública le concede, cuando la verdad se esclarece total o parcialmente al fin.
Prometo no convertir este artículo en una tediosa enumeración, ni en un “te lo dije” encubierto, si bien el lector me permitirá que me valga de unos cuantos ejemplos paradigmáticos que ilustran el fenómeno elocuentemente. El primero de ellos, es el relativo a todos los hechos que muy trabajosamente han acabado por trascender a la opinión pública en muchos países (en España llevamos un notable retraso en esta cuestión) sobre la gestión política del COVID en general, y sobre el origen del virus de marras en particular, que revelan, en el mejor de los casos, un esfuerzo masivo de ocultación por puro cálculo político. Sabemos que se ocultaron las evidencias sobre el origen sintético y militar del SARS- CoV2. Sabemos que los científicos encargados de hacer un informe preliminar sobre el asunto valoraban el origen sintético como muy probable, y pese a ello, acabaron por firmar un vergonzoso artículo, sin datos, sin evidencia, tan plagado de especulaciones que no pudo ser considerado más que como artículo de opinión en la revista Nature. Como el lector bien informado podrá haber adivinado, aquella infame simulación de peer reviewed, presentada en sociedad bajo el título de “Proximal Origin”, fue elevada a categoría de verdad indubitada, y convertida entre unos y otros, en la Biblia de la zoonosis.
Para reforzar su efecto entre la comunidad científica, análogamente a su publicación, el hoy defenestrado Peter Daszak lideró la caterva de virólogos conspiradores y sospechosos habituales del lucrativo negociado de la ganancia de función, que presentaron una ardorosa misiva a The Lancet en la que se catalogaba de peligrosa teoría de la conspiración cualquier hipótesis diferente a la zoonótica. El espíritu aparente de aquella carta se disfrazó convenientemente de solidaridad occidental con los científicos chinos del Instituto de Virología de Wuhan (WIV, por sus siglas en inglés), los mismos cuyas actividades habían sido regadas durante lustros con dinero de USAID y de otras agencias gubernamentales. Según los firmantes de la carta, la mera sugerencia de que el virus pudiese haber escapado del laboratorio del WIV era “racismo”. Chimpún.
El caso es que aquel intento desesperado por ocultar la naturaleza militar y de guerra biológica de lo que se cocinaba con total alevosía en el patio trasero de Wuhan funcionó bastante bien durante más de un año, hasta que, gracias al esfuerzo de los muchachos de D.R.A.S.T.I.C., se filtró a The Intercept una solicitud de subvención por parte de EcoHealth Alliance a la Agencia de Estudios Avanzados de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés) del famoso proyecto DEFUSE. Aquel proyecto, en que se describía con gran lujo de detalles la creación de un virus quimera prácticamente calcado al SARS-Cov2, fue rechazado por esta agencia del Pentágono precisamente por su peligrosidad. Sin embargo, finalmente supimos que encontró financiación en el Instituto Nacional de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) de Collins y Fauci. Cabría preguntarse cómo es posible que un proyecto científico de diseño de armas biológicas acabe por financiarse sin modificación alguna por una agencia de salud bajo la apariencia de investigación médica.
Sabemos, en definitiva, que todo el relato del pangolín y los perros mapache, y con él, toda la panoplia de medidas anticientíficas que se tomaron después, respondieron a una voluntad política, a una necesidad de controlar de masas ocultando el rastro de sus tropelías, y que la legalidad de todo lo que vino fue, siendo elegantes, discutible. Permítame el lector este ejercicio de síntesis. No quiero abundar en este asunto pandémico sobre el que tanto he escrito. Le confieso que, a estas alturas, se me irrita la úlcera al recordar que la mayor vulneración de derechos fundamentales perpetrada en la historia del occidente global contra sus propios ciudadanos se erige sobre semejante montón de mierda. Tampoco considero necesario recordar lo que nos ocurrió a quienes fuimos informando sobre los hechos que se iban conociendo en tiempo real. Quién sí lo hizo recientemente fue el flamante Vicepresidente de los EEUU, JD Vance, quien con motivo de su histórico discurso en la conferencia de Seguridad de Munich, expuso la paupérrima situación que vive la libertad de prensa en Europa, precisamente en alusión a la censura imperante sobre todo este asunto del origen del virus. No deja de ser paradójico que sea precisamente el Tío Sam, el padre de la criatura pandémica, el que venga a quejarse del complejo industrial de la censura, que a fin de cuentas, no deja de ser otro engendro importado desde Washington.
Este mismo patrón de ocultación y censura se ha venido repitiendo en otros eventos contemporáneos, singularmente en la guerra de Ucrania. Por ir en orden cronológico inverso mencionaré en primer lugar la voladura del Nord Stream II, una infraestructura ruso-europea que conectaba Rusia y Alemania de manera directa, y que nos provisionaba de gas a un precio ciertamente asequible, evitando así el indeseado peaje ucraniano que tantos problemas nos ha ocasionado. En un primer momento hicieron creer a la opinión pública que el gasoducto, cuya voladura fue profetizada por el viejo Joe, lo habían volado en realidad los propios rusos, en un acto de sabotaje de falsa bandera. Muchos intuíamos que esto era falso, no porque fuésemos muy listos, sino porque repelía a la inteligencia. ¿Qué ganaba Rusia volando el gasoducto cuando simplemente podría cerrar el grifo? Justificaciones, desde luego, no creo que le faltasen al terrible Vladimir. En cualquier caso, los que nos aventuramos a informar de manera objetiva sobre la evolución de los hechos fuimos insultados y vilipendiados.
Poco después, el Premio Pulitzer Seymour Hersh, aportaba fuentes internas que apuntaban en la misma dirección que la lógica más elemental. Ello no amilanó a la maquinaria de la propaganda otanista, bien engrasada con los dineros amasados y convenientemente repartidos por el Poynter Institute. Los ataques que soportamos entonces, lejos de remitir, se intensificaron. Se publicaron listas de indeseables amigos de Putin, se realizaron programas de televisión señalándonos como enemigos públicos a sueldo del Kremlin. Al igual que hicieron con el terrible virus zoonótico, los guardianes del relato no consideraron necesario aportar evidencia alguna de sus acusaciones. Las calumnias crecían al ritmo de la inflación, que llegaba a situarse en dos dígitos como consecuencia de las sanciones suicidas a Rusia. Nunca olvidaré a aquel vecino que, mientras esperábamos nuestro turno en la cola del Mercadona, me decía: “Menudo hijo puta el Putin. La que nos ha liado. ¿Has visto el precio del aceite?”. No estaba la coyuntura como para ponerme a explicarle al buen hombre que en el Donbass, sus gentes llevaban casi una década viviendo en sótanos, refugiándose de las bombas de Zelensky (y sus predecesores) ese bufón travestido en presidente al que machaconamente nos vendieron como depositario de las esencias del jardín de Borrell.
Más triste si cabe es lo ocurrido en la Plaza del Maidán de Kiev, hace ya más de 10 años. Lo que vendieron en un principio como una manifestación pacífica contra el terrible Presidente Yanukovich derivó en un baño de sangre, con casi 100 muertos. Fueron los bautizados como “Celestiales Cien”, cuya memoria fue convenientemente utilizada para justificar un golpe de estado. Aquello acabó como suelen acabar las “revoluciones de colores” de USAID y adláteres, a saber; deposición de gobierno contrario a las ambiciones de la OTAN y subsiguiente desembarco de un nuevo gobierno del gusto occidental. Y de aquellos barros, estos lodos. Al tiempo, la única investigación forense realizada con objeto de esclarecer los hechos, determinó, sin hueco para especulación alguna, que la autoría de la masacre correspondía a francotiradores pro Maidán, con acento de Oxford y ascendencia lituana. El autor del estudio, el profesor de Ciencia Políticas de la Universidad de Ottawa, Ivan Katchanovsky (ucraniano para más señas), fue perseguido hasta la extenuación por las redes de injerencia otanistas, deteriorando gravemente su salud mental y física.
Recientemente, allá por octubre del 23, pudimos conocer que el estudio forense había sido aceptado por la corte ucraniana que conocía del caso alcanzando la calificación de hechos probados. Sin embargo, a nadie le importa eso ya. Semejante revelación no encontró su eco en la prensa occidental, como habrá podido el lector suponer, al margen de algunas honrosas excepciones entre las que me incluyo. Pese al intento encarnizado por destruir su prestigio, al autor del estudio le quedará el consuelo moral de saber que hizo lo posible porque el mundo conociese la verdad. Pero el mundo ya estaba en otras cosas, lo que permitió que estos luctuosos hechos siguieran siendo ignotos para la inmensa mayoría, sepultados bajo toneladas de patrañas. Muy notable en este sentido ha sido el esfuerzo de la Presidenta de la Comisión Europea, la señora Von der Leyen, siempre puntual en su cita con la propaganda, evocando cada año la memoria de los “Celestiales Cien”, asesinados propiciatoriamente para justificar el golpe de estado de Ucrania. Este año, lamentablemente, no ha sido una excepción.
Por terminar este artículo con moderado optimismo, es justo decir que, a menudo, la verdad acaba por abrirse paso, gracias fundamentalmente al esfuerzo heroico de incautos que aceptan sufrir el castigo de ser los primeros, una proeza que rara vez obtiene el crédito debido. Sin embargo, cuando la verdad se desvela, esa verdad ya no importa a nadie, carece de impacto. A nadie le importa ya si el virus se escapó de un laboratorio o fue deliberadamente propagado. A nadie le importa ya si la guerra en Ucrania se justificó sobre mentiras. A nadie le importa si el gobierno de Siria que tanto aplauden hoy a derecha y a izquierda es en realidad Al Qaeda. Tampoco importa a nadie que Al Qaeda sea, al igual que el bichito del Wuhan, la enésima creación de la inteligencia yankee para aterrorizar al personal. Como decía Felipe González, “la verdad es lo que la gente cree que es verdad”, una frase cargada de razón y cinismo a partes iguales. Rindámonos a la evidencia. A nadie le importa la verdad. No es la verdad la que conforma la opinión pública sino la narrativa hegemónica en el momento en que ocurren los hechos. La verdad nunca está de moda. La verdad suele quedar en el olvido, como pasto para nostálgicos empedernidos como yo. La verdad son noticias de ayer.
Sobre el autor
Carlos Sánchez es músico, docente y analista político. Cursó su formación musical superior en la disciplina del jazz en Holanda, en los conservatorios de Groningen y Den Haag, completando su formación como productor e ingeniero de audio en la Middlesex University/SAE Institute de Londres. Formado también en el ámbito jurídico, obtuvo el Grado en Derecho en UNED (España). Durante casi una década ha combinado su actividad docente y musical con su faceta de comunicador, escribiendo artículos sobre su pasión, la geopolítica, de manera frecuente en Diario 16, y presentando Grupo de Control, un espacio semanal de entrevistas dedicado al periodismo de investigación.
La verdad termina aplastando a los impostores, y de ello hay varios ejemplos significativos actualmente a nuestro alrededor.
La verdad sí importa a quienes quieren ser libres, y de ese modo pueden ver la realidad tal como es y no como quieren los impostores mediante la propaganda (y en adelante también mediante la engañosamente llamada inteligencia artificial).
Buscar la verdad es tener un sistema inmunitario capaz de rechazar la inmundicia de los aliados del príncipe de las mentiras ; sean nacionales, eurócratas "penetrados", de la secta nazi de KlauSSchwab, o de la mafia de Saint Gallen.
La verdad nunca interesó al hombre masa, que sólo busca las certezas, normalmente polarizadas, que les provee los hegemones domésticos. Sólo tratan de autoadministrarse la pócima que le permita sentirse dentro de la manada, en las seudo-seguridades administradas por el sistema. La realidad es compleja, la complejidad precisa de estudio profundo, de tiempo para el decantamiento racional, y sobre todo de valentía. No podemos exigir heroicidades al hombre común, perdido, desarraigado y demolido por el torbellino de la infodemia.